domingo, 1 de diciembre de 2013

ANÉCDOTAS INFANTILES



Fotografía del río, tomada a la orilla del paso a la casa de Antonio Enríquez y Petra Antonio.

Samuel Pérez García

La caída del árbol

Por las tardes, al salir de la escuela, los niños de Cheguigo, nos encaminábamos rumbo a nuestras casas, ubicadas al otro lado del río. En una parte del camino había un árbol, no muy alto, y cuyo gusto entre los compañeritos era subirse a él y tirarse desde sus ramas hacia la arena, porque el árbol había crecido junto al cauce del río.
Motivado por lo que ellos hacían, también quise sentir la experiencia de subirme al árbol y tirarme.
Subí a la rama y me lancé al vacío, pero igual como las caricaturas del pato Lucas, caí de pansazo. Al no caer con las piernas, sentí que los ojos se me iban cerrando como si de pronto me hubiera llegado un sueño. Esa sensación duró unos segundos de tal modo que los demás niños ni cuenta se dieron. Al recuperarme del dolor que el golpe me causó, me paré, cogí mis cuadernos y decidí seguir mi camino. Nunca más me subí al árbol para tirarme. La caída había sido tan estrepitosa que ya no quise vivir de nuevo esa mala experiencia.

El poema olvidado

Por alguna razón que no recuerdo, iendo en segundo de primaria en la escuela de La Blanca, me eligieron para que declamara un poema a la madre. Me aprendí el poema, pero se me olvidó la hora en que estaría en el evento. Cuando empecé a oír el sonido que desde la escuela estaba convocando, me arremangué los pantalones y salí corriendo hacia la escuela. Lógicamente, llegué agitado y en el mero instante en que me nombraban para pasar a declamar el poema. Era de esperar que con esos apuros, no resultó exitosa mi intervención, pues a medio verso el olvido me llegó tan intenso y por más que quise articular palabra, ya no pude, y tuve que bajarme compungido de no haberme aprendido la lección.
Tal vez algo de eso habrá de haber influido más tarde para que la poesía llegara conmigo con tal fuerza que -sin alardes propios- he de decir que me gusta y la escribo con el gusto intenso de identificarme con ella como si fuera una parte propia de mi mismo. Poeta soy y en el camino ando, tal vez por eso no se me olvida esa intervención fallida cuando tenía nueve años y vivía con mi tía Elvia García, en la antigua casa que mi madre tuvo en Cheguigo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario