domingo, 22 de diciembre de 2013

El ROSTRO LLOROSO DE MI MAESTRA

Aprendí a leer gracias a Gema Nolasco, mi maestra, joven y guapa. Ella no se me olvida por un hecho que ocurrió un día de clases.
Una mañana, el maestro Efraín Ortiz, Director de la Escuela, entró al salón y por algo que no escuché muy bien, pero por los gestos y ademanes, supimos que la estaba regañando. En tanto, nosotros nos entreteníamos con la tarea de m  a  ma, m e me, y así sucesivamente. Cuando me acerqué a la mesa de la maestra para que me calificara la tarea, vi sus ojos llorosos y fue como si una espina se me clavara dentro del pecho.
Nunca pude olvidar ese rostro lloroso de mi maestra.

CALLE HIDALGO, todavía no está pavimentada. La pavimentación del pueblo comenzó a partir del Gobierno de Ulises Ruiz, (2004-2010)que de la noche a la mañana, para evitar que lo defenestraran por la represión que había causado al magisterio oaxaqueño y el levantamiento que hubo por parte de los pueblos de los Valles Centrales, mandó a pavimentar las comunidades, pero metió pavimento pero sin drenaje. Así que muchas calles de La Blanca tienen calles pavimentadas, pero carecen de drenaje.

EL RIO DE LA BLANCA



El río de La Blanca, era caudaloso en agosto, septiembre y octubre. Va formando meandros en todo su recorrido. Viene desde muy arriba de la sierra y va pasando por cada comunidad. Un habitante de Las Conchas, me dijo que propiamente no es un río, sino un arroyo y que por  eso solo tiene agua en época de lluvia. Lo cierto es que en ese río se bañó toda una generación de niños de los años 60, muchos de ellos ya muertos. Así como esta niña, mi hija Siria Yared Pérez Matus, disfruta el agua, así lo disfrutamos los antiguos habitantes de este pueblo asentado en un llano, bajo la sierra de Los Chimalapas. (las fotos fueron tomadas en diciembre del 2013, y corresponden al camino que conduce al panteón del pueblo) Samuel Pérez García,

Camino vecinal en Cheguigo.

Calle de Cheguigo. La casa de la barda es de Amado Antonio. Desde luego, en los años 60, esto era una vereda. Ahora que Amado Antonio le ha tocado la suerte de la fortuna, compuso esta calle, como el suscrito alguna vez, introdujo la luz del pueblo, allá por 1986. Pero no lo hice solo, sino gracias a un intercambio que se logró con los pobladores: los 120 mil pesos que costaba la introducción, los aportó el suscrito, y los vecinos cooperaron para excarvar un pozo en la casa que tuve, más adelante. Samuel Pérez García

CALLES DE LA BLANCA

Calle Dos de Abril. En esta calle estaba ubicado el cine de Vito Pelón. Ahí conocí el cine con películas de Antonio Aguilar, Luis Aguilar, Jorge Negrete, El Chicote y muchos actores que nos divirtieron a través del cine. Eran aquellos primeros años de 1960, del siglo XX. Samuel Pérez García

domingo, 1 de diciembre de 2013

ANÉCDOTAS INFANTILES



Fotografía del río, tomada a la orilla del paso a la casa de Antonio Enríquez y Petra Antonio.

Samuel Pérez García

La caída del árbol

Por las tardes, al salir de la escuela, los niños de Cheguigo, nos encaminábamos rumbo a nuestras casas, ubicadas al otro lado del río. En una parte del camino había un árbol, no muy alto, y cuyo gusto entre los compañeritos era subirse a él y tirarse desde sus ramas hacia la arena, porque el árbol había crecido junto al cauce del río.
Motivado por lo que ellos hacían, también quise sentir la experiencia de subirme al árbol y tirarme.
Subí a la rama y me lancé al vacío, pero igual como las caricaturas del pato Lucas, caí de pansazo. Al no caer con las piernas, sentí que los ojos se me iban cerrando como si de pronto me hubiera llegado un sueño. Esa sensación duró unos segundos de tal modo que los demás niños ni cuenta se dieron. Al recuperarme del dolor que el golpe me causó, me paré, cogí mis cuadernos y decidí seguir mi camino. Nunca más me subí al árbol para tirarme. La caída había sido tan estrepitosa que ya no quise vivir de nuevo esa mala experiencia.

El poema olvidado

Por alguna razón que no recuerdo, iendo en segundo de primaria en la escuela de La Blanca, me eligieron para que declamara un poema a la madre. Me aprendí el poema, pero se me olvidó la hora en que estaría en el evento. Cuando empecé a oír el sonido que desde la escuela estaba convocando, me arremangué los pantalones y salí corriendo hacia la escuela. Lógicamente, llegué agitado y en el mero instante en que me nombraban para pasar a declamar el poema. Era de esperar que con esos apuros, no resultó exitosa mi intervención, pues a medio verso el olvido me llegó tan intenso y por más que quise articular palabra, ya no pude, y tuve que bajarme compungido de no haberme aprendido la lección.
Tal vez algo de eso habrá de haber influido más tarde para que la poesía llegara conmigo con tal fuerza que -sin alardes propios- he de decir que me gusta y la escribo con el gusto intenso de identificarme con ella como si fuera una parte propia de mi mismo. Poeta soy y en el camino ando, tal vez por eso no se me olvida esa intervención fallida cuando tenía nueve años y vivía con mi tía Elvia García, en la antigua casa que mi madre tuvo en Cheguigo.